Las mariposas lo saben bien; volar es maravilloso. Aunque a veces, en días de viento, el aire les lleva sin control, donde el azar disponga. Tiempo de aterrizajes forzosos, batacazos y vagar sin norte una vez más, doloridas, en busca de los prados y las flores.
Peor es esa temporada en que el ambiente se vuelve lluvioso y triste. Interminables días de alas mojadas y sombrías, en los que la humedad consigue penetrar hasta el alma y ni si quiera el ánimo queda para intentar levantar el vuelo.
Parece que no va a llegar nunca, pero por fin, una mañana amanece con un brillo especial que ellas conocen bien. Y saben que llegó el día. Y saben que, de nuevo, durante largas semanas, disfrutarán de días frescos y luminosos, de fragante brisa y coloridos paisajes.
Entonces toman alegres los campos y danzan en el aire. Y entonces no les cabe ninguna duda; la espera mereció la pena. Los desapacibles días no lo empañan. Volar es maravilloso.
Y vuelan. Y danzan. Y danzan y vuelan. Y vuelan mientras danzan.
Es por eso que las mariposas nunca vuelan en línea recta, es que no saben volar sin emocionarse. Y no saben emocionarse sin danzar.
Y vuelan. Y danzan. Y danzan y vuelan. Y vuelan mientras danzan.
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